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Marruecos-Rusia: Historias de amor y de amistad entre dos pueblos
Jueves 18 de julio de 2019, por
Se llaman Valentina, Galia, Irina o Pauline y tienen la particularidad de haber dejado su país de origen para establecerse en Marruecos. Casadas con ingenieros, dentistas o farmacéuticos marroquíes que estudiaron en la extinta Unión Soviética y más tarde en Rusia, hicieron sus vidas, tuvieron hijos e incluso se convirtieron en abuelas en suelo marroquí.
Muchas de estas mujeres confiaron a la MAP que nada les predisponía a cambiar sus vidas para vivir en Marruecos, un país con valores similares a los de Rusia y de los demás países que formaban la Unión soviética.
Valentina, ahora viuda, había conocido a su esposo a finales de los años 70 en el Instituto de ingeniería de Minsk, donde ella estudiaba ingeniería química y él ingeniería mecánica.
Volviendo con la memoria a aquella época, reconoce que no fue fácil para ella dejar a su familia y emprender una aventura en un país que solo conocía a través de los relatos de su esposo.
“En esa época, no había ni Facebook ni internet, y Marruecos en el imaginario local, era ese país exótico lleno de camellos y desértico”, recuerda, contando como anécdota que su familia se oponía a su matrimonio por temor a que “fuera vendida como esclava”.
Una vez en Marruecos, encontró sus puntos de referencia y no se arrepienta de haber elegido expatriarse en un país en que los valores de la familia son sagrados, la gente es muy amable y la naturaleza es de una gran belleza.
Por su parte, Galia estima que siguió el trayecto tradicional de una esposa marroquí: después de casarse, vivió unos años con su familia política, mientras que su esposo cumplía el servicio civil.
De esta feliz convivencia, la ucraniana pudo aprender rápidamente el dialecto árabe y todas las sutilezas de la cultura marroquí.
Irina, en cuanto a ella, pertenece a la generación de rusos que no vivieron en la era soviética. Instalada desde hace casi tres años en Marruecos, Irina no esconde su alegría de vivir en un país donde se siente como pez en el agua.
Las relaciones entre Rusia y Marruecos no se limitan a los matrimonios mixtos, que suman entre 3500 y 4000 casos, según cifras aproximadas dado que se refieren a ciudadanos de varios países de la ex Unión Soviética.
Desde principios del siglo XX, Marruecos fue tierra de acogida para varias oleadas de migrantes rusos que huían, primero, de la Revolución Rusa o de la II Guerra Mundial y luego del Estalinismo.
Estos rusos, “refugiados” en su mayoría, habían formado una comunidad sólida antes de que su número bajara en 1958 después de una ola de migración hacia EE.UU.
Entre 1920 y 1930, la comunidad rusa estaba compuesta principalmente por marineros, oficiales, rusos de la Legión extranjera francesa y expertos llegados a Marruecos para crear infraestructuras para la exportación de recursos, como el puerto fluvial “Puerto Lyautey (Kenitra)”, o la emblemática línea de ferrocarril que une Casablanca a Marrakech.
Marruecos había acogido también a representantes de familias ilustres, como el conde Michel Lvovitch Tolstói, hijo del famoso escritor León Tolstói, Igor Konstantinovitch Aleskseev, hijo del actor y director teatral Stanislavski, y Nicolas Menchikoff, un geólogo famoso por haber contribuido al descubrimiento del petróleo en Argelia.
También, varios miembros de la nobleza rusa eligieron domicilio en Marruecos, como la familia de Pauline Chéréméteff-de Mazières.
Apodada la condesa africana por los medios rusos, Pauline, cuyo verdadero nombre es Praskovia Petrovna Cheremetiva, heredó el título de condesa y es la última representante de la primera oleada de la migración rusa hacia el Reino de los años 20.
Nacida en Marruecos, Pauline vivó en el Reino toda su vida y hoy desea preservar la memoria de los rusos de Marruecos a través de un libro que está en fase de preparación titulado “Historias de Rusos en Marruecos”, que será publicado por la editorial "Rousski Pout" (Vía rusa).
En una entrevista que otorgó hace unos años a un medio de comunicación ruso, la fundadora de la galería de arte “L’atelier de Rabat” no escatimó en elogios hacia Marruecos, destacando el espíritu de tolerancia que reina en el país donde creció.
“Crecimos en un ambiente donde se mezclaban las chilabas blancas, los caftanes coloridos y nuestros sarafanes rusos (vestido ligero de verano). (…) vivíamos en plena comprensión con los musulmanes. Parece que esto se llama tolerancia”, había afirmado en dicha entrevista.
En un intento de preservar la huella que dejaron varias generaciones de rusos en el Reino, la condesa africana arrojó luz sobre una parte desconocida de la historia común de Marruecos y Rusia, un país que será el centro de atención dentro de unos días con motivo de la copa del mundo de fútbol de 2018.